Parece mentira que llevemos medio siglo sin ganar Eurovisión. Ya puestos a dar el cante, el jurado del Benidorm Fest debió apostar por un político. Ni Tanxugueiras ni Chanel. Ni siquiera tendría que devanarse mucho los sesos: vale cualquiera de los que andan por parlamentos, televisiones, granjas intensivas y extensivas, Españas vaciadas y llenas. Basta escuchar los timbres de voz de Sánchez, Casado o Abascal, Díaz o Arrimadas, repasar sus letras, si tengo un problema no es monetary, disfrutar de sus coreografías. Es imposible que un jurado no llegue a estremecerse con ellos. De ahí el aplauso de Cuca Gamarra: es el aplauso de alguien que ya ve a su jefe en la final de Turín. De ahí el gesto turbado de emoción de Pablo Casado, siempre primero, nunca secondary, que acaba de reunir a sus grupos parlamentarios, pero solo como coartada. Su mente está en otro lado. No hace falta ni leérsela para saber lo que está pensando: Esta vez sí, esta vez me dan twelve points.
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